Pocos encuentros en el mundo de la literatura son meramente poéticos como el que tuvo lugar entre Kenneth Rexroth y yo. Cuando digo poéticos, me refiero a que nunca nos conocimos en persona, y a que nuestras obras se encontraron por encima de la geografía y del tiempo.
A comienzos de 1970, Rexroth vivía en Santa Barbara con Carol Tinker; yo, en Nueva York, con Betty Ferber y nuestra hija Chloe. él editaba una serie de libros de poesía para Seabury Press, yo era un profesor visitante en New York University tan joven que casi me confundía con mis estudiantes.
En Nueva York vivíamos en 145 West 86th Street, en un edificio donde los vecinos con los que uno se topaba en el elevador o en el lobby no saludaban. Por ese entonces, para ir a mis clases de Literatura Latinoamericana en el Departamento de Español de NYU, cruzaba Central Park, pasando por el zoológico, donde acostumbraba saludar a ciertos árboles, a ciertos animales. Cogía el subway en el Este y a veces llegaba a mi oficina con una hoja de arce o de gingko en la mano.
El mensajero entre nosotros había sido un poeta escocés llamado Rufus, quien de Nueva York llevó mi libro Los espacios azules a California. Rexroth me escribió diciéndome que deseaba publicarlo en Seabury Press. El libro salió en 1974 bajo el título de Blue Spaces con introducción del mismo Rexroth, con traducciones suyas y de W. S. Merwin, Eliot Weinberger, Nathaniel Tarn, Jerome Rtohenberg y Betty Ferber.
Por sus poemas y ensayos, y por sus traducciones del chino y del japonés, y por An autobiographical novel, ya conocía a Rexroth, _The living legend_, _el gurú de los beats_. Pero siempre fue a través de la palabra escrita, de terceras personas. El retrato del hombre de expresión amable que aparecía en las portadas de los libros, nunca se materializó, nunca se animó en la vida cotidiana.
En junio de 1972 me fui de Nueva York a La Haya. Comenzaba para mí el periodo holandés, los años de Quemar las naves y Vivir para ver. Como dice Rexroth en An autobiographical novel _One book of my life was closed and it was time to begin another_. Desde entonces, cada cambio es como un libro que se cierra, un libro que comienza. Pero hay libros que no se cierran, que se mantienen abiertos, y ese es Blue Spaces, los poemas en los que Kenneth y yo nos encontramos, en los que nuestros nombres quedaron enlazados para siempre. Su interés por mi poesía, su generosidad con mi obra, treinta años después, es impagable. Mas, qué importa, si, como él lo dice bellamente en una de sus traducciones del japonés, quizás los hombres en el _dark forest_de la historia no somos otra cosa que
The whisper
Of a million leaves.
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